Primero fue la de Túnez; la de Egipto supuso un gigantesco punto de inflexión; y la Libia, la más sangrienta de todas hasta ahora, ha confirmado que el proceso es ya imparable. Yemen, Bahrein, Marruecos o Irán son solo algunos de los siguientes de la lista. Puede que lleve semanas, meses o incluso años, pero el proceso de cambio parece tan irreversible que está destinado a pasar para siempre a los libros de Historia. Las revoluciones de los países árabes (por darles un término generalizador, ya que no todos estos países lo son) suponen, como casi todas las revoluciones, el hartazgo de un pueblo que se rebela contra su destino. Contra su triste destino.
En Occidente compartimos ese triste destino. Con ciertas salvedades, claro. Nosotros vivimos como reyes comparados con esos pobres desgraciados que deben arriesgar su vida para cambiar su futuro. Nosotros no. Nosotros lo tenemos mucho más fácil. Tan sencillo como introducir una papeleta en una urna y podríamos cambiarlo todo (o gran parte de ese todo) de un día para otro. Pero, ¿realmente necesitamos tanto ese brusco cambio de rumbo? ¿Por qué? Si al fin y al cabo vivimos tan increíblemente bien como para que cuatro millones y medio de parados, gobernantes corruptos, empresarios explotadores y banqueros ladrones no sean siquiera suficiente razón como para que salgamos en masa a las calles a exigir un cambio. Pues sí, lo necesitamos. Y de forma urgente.
Las revueltas del norte de África han sido calificadas por muchos como las revoluciones de la dignidad. Eso es contra lo que deberían rebelarse las sociedades occidentales. Contra el robo y el pisoteo constante de nuestra dignidad. Salvo contadas excepciones, caso de las primarias en EE.UU o las listas abiertas en Bélgica, los ciudadanos de las democracias occidentales no pintamos nada. La falacia de que somos nosotros quiénes elegimos a nuestros representantes es el mayor de los insultos que tenemos que soportar. Nosotros solo elegimos unas siglas, son los partidos los que eligen quiénes nos van a gobernar, colocando en los primeros puestos de las listas electorales a quiénes ellos deciden (incluso aunque estén imputados por diferentes delitos). Y nosotros aceptamos el juego y somos cómplices de él. No paramos de quejarnos de que todos los políticos son igual de incapaces, de ladrones, de todo... Sin embargo, a la hora de la verdad seguimos votando, cuales borregos, a los mismos de siempre. Según parece, lo único que vamos a hacer a día de hoy es otorgarle el poder al otro gran partido de la oposición (sí, el del Prestige, el de la guerra de Irak, el del "ha sido ETA"). Distintos perros con el mismo collar. Y vuelta a empezar elección tras elección. Sin una pizca de auto crítica, delegando las responsabilidades de todos nuestros males en los que nos dirigen.
Y entonces, ¿qué cambios habría que realizar? Hace tiempo, ya expuse
algunas fórmulas. Ahí van algunas otras (elegidas así, rápidamente y a vuelapluma, entre las millones y millones que serían mejores que las actuales). Listas abiertas en las que podamos elegir libremente a nuestros representantes (que no tendrían por qué ser todos del mismo partido) . La reducción del Parlamento a 100 Diputados (incluso podrían ser menos, qué más da, si total, la disciplina de voto dentro de los partidos hace que todos sus diputados tengan que votar lo que los órganos del partido deciden). Circunscripciones electorales autonómicas y con reparto de escaños proporcional puro. La obligación, bajo pena de cárcel (y lo digo totalmente en serio), de que todos los diputados ocupen su escaño en las sesiones del Parlamento salvo causa de fuerza mayor. Debates monográficos en los que diversas asociaciones o instituciones relacionadas con el tema en cuestión puedan exponer sus opiniones y propuestas (en la línea del debate sobre la prohibición de los toros en el Parlament de Cataluña). Etc, etc, etc...
En cualquier caso, ¿saben qué es lo más triste? Que en el fondo, me temo que no hay solución... al menos inmediata. En los últimos meses están surgiendo diferentes
alternativas al terrorífico sistema en el que vivimos.
EQUO es el que más me ha llamado la atención. De momento es solo un germen, un movimiento social más que un partido, pero me gusta lo que proponen. Y si no me satisficiera del todo, aún así, seguro que es mejor que lo que actualmente nos rodea. Pero este tipo de movimientos cuenta con un triple problema: la dictadura del capitalismo, que sin un gobierno fuerte hundiría nuestra economía; la complicidad de los grandes grupos de comunicación, con tantos y tan diversos intereses económicos que son los primeros interesados en manipular nuestras mentes para que no nos salgamos del redil y todo siga igual (y lo consiguen); y, finalmente, el más importante, nuestra propia cobardía, la que nos impide arriesgarnos a sacrificar nuestras cómodas vidas por buscar un mundo mejor para todos. A fin de cuentas, vivimos taaaan de puta madre.
PD: Espero que en las próximas elecciones locales y autonómicas la sociedad me calle la boca.
PD2. No creo que eso ocurra.