Finalizó el campeonato de Liga más disputado de la Historia con la justa victoria del FC Barcelona. Los catalanes han sido los mejores de principio a fin de la temporada, han logrado el récord de puntos y de victorias y han desplegado un juego preciosista y que, en ocasiones, ha rozado la perfección. El Madrid, sin llegar a semejantes niveles de excelencia, ha realizado un trabajo grandioso. Ha sumado 96 puntos (que le habrían servido para ganar todas las Ligas disputadas antes de este año), ha anotado 102 goles y, aunque con algunas excepciones, ha desplegado un juego autoritario y, en ocasiones, fabuloso. Por primera vez en muchos años ha parecido un equipo (especialmente en defensa) y, aunque su juego no ha sido excesivamente bello, se ha demostrado efectivo y contundente.
Pese a todo, parece que su entrenador, Manuel Pellegrini, tiene las horas contadas como técnico del equipo blanco. Mientras tanto, el presidente que fichó al chileno, el que trajo a los jugadores que se le antojaron (Benzema en lugar de Villa, por ejemplo) para poder realizar sus multitudinarias presentaciones veraniegas (aunque no olvidemos que Cristiano ya estaba fichado por Ramón Calderón), y vendió a aquellos (Sneijder o Robben) que le podían reportar más beneficios económicos, sin atender a las necesidades del equipo y ninguneando al técnico, que los consideraba vitales en su proyecto, el que suma cuatro años consecutivos de mandato sin ganar un título (tres de la anterior etapa, más la presente campaña), el que huyó en febrero de 2006, abandonando el barco en la fase decisiva de aquella temporada y desestabilizando a la institución tan sólo unos días antes de que el Madrid se jugara la vida en la eliminatoria de Champions ante el Arsenal, se escapa, una vez más, de rositas.
Ni una sola crítica en la prensa, ni un amago de asunción de responsabilidades, ni una sola declaración pública tras el partido que confirmaba otra temporada más en blanco. El tío Floren tranquilito. Que ya está el MARCA para poner a Pellegrini en el punto de mira e "ilusionar" a la afición con un nuevo técnico al que casi nadie quiere, prepotente, maleducado, carísimo y que, en cualquier caso, no garantiza títulos y sí un juego rácano y resultadista. Está claro que, en este país, disponer de un colosal poder económico y mediático está por encima de cualquier tipo de justicia.