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Tratado sobre la prepotencia humana

En estos últimos días he realizado una profundísima reflexión acerca de la innata estupidez del ser humano. Resulta que todos nosotros (al menos la inmensa mayoría) creemos estar siempre en posesión de la verdad. Desde un punto de vista racional, es absolutamente lógico: si defiendes algo es porque estás absolutamente convencido de que es cierto (a no ser que seas un político, claro). Esto se ve ampliado porque el fragor y la velocidad de la batalla (dialéctica…o eso espero) nos impide pensar y argumentar con claridad (especialmente cuando no hemos reflexionado profundamente con anterioridad sobre el tema debatido). Hasta ahí todo normal.

En mi opinión el problema viene cuando, ya en frío (o bajo las cálidas mantas de nuestra cama), nos paramos a reflexionar y llegamos (casi siempre) invariablemente a la conclusión de que, efectivamente, ¡nosotros teníamos razón!

Desconozco cuáles son los mecanismos cerebrales que nos empujan en esta dirección. Creo que, en cierta parte, viene provocado por un sentimiento de derrota cuando creemos o percibimos que alguien se ha impuesto (o, sencillamente, ha tratado de hacerlo) sobre nosotros. Nos sentimos en cierta parte humillados cuando, en mi opinión, no debería ser así en absoluto. A fin de cuentas, lo más lógico (yo diría que lo seguro) en una discusión, es que las dos personas estén (al menos parcialmente) equivocadas. ¿Es la culpa de una sociedad que parece sólo valorar al ganador (o al guapo, o al triunfador) o algo innato al ser humano? Lo desconozco.

Lo que sí creo es que está profundamente influenciado por la falta de empatía de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Pensamos y sentimos exclusivamente desde nuestro punto de vista, sin ser capaces de ver o comprender las razones que el otro pueda tener.

Voy a poner un ejemplo un tanto, digamos, grueso. ¿Es una persona que se inmola en una calle de Tel Aviv un terrorista? Desde el punto de vista occidental: sí, sin ninguna duda. Ahora, vamos a tratar de ponernos en la piel de un niño de pocos años de edad, que lo único que ha conocido en su vida ha sido guerra y destrucción, que no ha recibido ninguna educación y que las pocas lecciones didácticas que ha recibido en la vida versaban sobre la maldad del enemigo israelí. Por si fuera poco, unos años después varios miembros de su familia han sido asesinados por el régimen sionista (ni siquiera eso, no vamos a señalar tan claramente culpables; sino por algún elemento incontrolado del estado judío, pongamos varios soldados actuando por su cuenta). Si ese niño, probablemente con graves secuelas psicológicas y fanatizado por ciertos grupos que le rodean y que le imponen sus creencias, valores culturales y religiosos (ojo por ojo) desde que es prácticamente un bebé, decide vengarse del enemigo, ¿es simple y llanamente un terrorista? ¿O es una víctima? Para mi tiene más de lo segundo que de lo primero. ¿Comprendería esta reflexión un ciudadano medio israelí o del medio oeste estadounidense? Seguramente no. ¿Es por eso más estúpido que yo? Seguramente tampoco.
Alé, ahí dejo esa reflexión que la verdad es que ni siquiera sé si ha quedado suficientemente clara o bien explicada.

2 comentarios:

-_- dijo...

Considero que es una reflexión muy buena.

Creo que es parte de lo que pretendían ilustrar las siguientes personas con estas palabras. El Dr. A. Einstein dijo: "en esta vida hay dos cosas infinitas; el Universo y la estupidez humana".

Me parece que fue el monje zen K. Sawaki el que dijo algo así como: el ser humano es como un champiñón; sólo que un champiñón parlante y con muchas pretensiones.

Y no recuerdo quién lo dijo, pero la idea creo que es muy valiosa: mientras más cosas aprendemos, más cosas nos damos cuenta de que todavía ignoramos. De ahí el aforismo: "el ignorante afirma; el sabio duda y reflexiona".

El asunto de la empatía es crucial. El Dr. Goleman la describió metafóricamente como unas "antenas emocionales" que nos permiten sintonizar con los que nos rodean, con lo que ellos sienten sobre un suceso, y descubrir un abanico de posibilidades inmenso en nuestras relaciones con ellos para afrontar ese suceso. Mucho más extenso que el simple e instintivo "mata o muere" o, en una versión más civilizada: "grita más que tu oponente o da media vuelta y vete".

La empatía y las demás habilidades relacionales que engloba la inteligencia emocional serían, considero, la única vía de salvación para el Homo sapiens como especie. O las desarrollamos y nos hacemos personas de verdad, nos humanizamos, o nos quedamos a medio desanimalizar, como estamos ahora, y con los almacenes repletos de armas termonucleares.

Podríamos relacionar esto con las teorías (y prácticas eficaces) del llamado padre de la negociación moderna, el abogado estadounidense G. Nieremberg. Propuso que la mejor fórmula de resolución de conflictos pasaba por los acuerdos del tipo ganar-ganar , en lugar de los tradicionales ganar-perder.

Una persona madura y equilibrada, que no quiera imponer lo que él cree o lo que a él le conviene a los demás, sinó que busque más bien el identificar puntos de conexión entre las distintas posiciones de partida suyas y de su contricante/s y que busque qué se puede extraer de provechoso de ello, sería más eficaz en sus relaciones con los demás, sería mucho menos agresiva socialmente y a largo plazo obtendría un resultado más positivo, que si enfocase todos sus conflictos en términos de "ganar todo" o "perder todo".

Además, estas personas y el tipo de actos relacionales que ejecutan resulta provechosas para toda la sociedad.

Algo de esto escribí hace tiempo, en unos días en los que mi capacidad de síntesis era mayor, me temo.

Termino con una frase que destilé yo mismo, mucho menos célebre que las anteriores: cuántas veces oímos decir «tienes razón» y qué pocas «estoy de acuerdo».

Cordialmente,
(si mi incontinencia verbal le pareciese excesiva, me lo dice y me modero, palabra jeje)

Sergipi dijo...

Al revés, celebro tu incontinencia verbal ;)

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