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El fin de la ¿fiesta? nacional

Se habla estos días, y mucho, de toros. El debate en el Parlamento catalán sobre la posibilidad de abolir las corridas de toros en dicha comunidad ha sido la excusa para que, tanto detractores como defensores de la ¿fiesta? expongan, una vez más, sus argumentos. En lo que a mí respecta, creo que nunca en mi vida he visto una corrida de toros más de 10 minutos seguidos. Simplemente, me aburrían. Sería porque el día que retransmitían una por la tele yo me quedaba sin ver mis dibujos animados ya que, de forma invariable, mi abuelo conquistaba el televisor durante toda la tarde. Así que, tal vez, esa sea una de las principales razones de que no me gusten ni un pelo.

Eso sí, reconozco la belleza de algunas faenas (no sé si su intención es, como dicen muchos de sus críticos, morir en una plaza de toros, pero lo cierto es que he visto cosas de José Tomás que me han divertido, emocionado y acongojado a partes iguales), la valentía de los toreros (al menos de la mayoría), así como la importancia para muchas personas de una actividad con la que han nacido y crecido y de la que, supongo, disfrutan sinceramente.



Lo que no admito es justificar la vigencia de los toros en aras de la tradición. A lo largo de la historia de la humanidad ha habido miles de tradiciones que no han permanecido, sencillamente, porque el avance de la civilización nos ha hecho darnos cuenta de que eran más propias de bárbaros que de seres humanos civilizados. Y sí, machacar (que es lo que se hace) a un animal hasta la muerte (por cierto, parece ser que la mayoría de las veces suele estar medio inválido) ante el alboroto popular, es exactamente eso: una barbaridad.

Renovarse o morir

A todo esto, hay una pregunta que, cuando sale el tema de los toros, siempre me surge, ¿se podría llegar a un punto intermedio? Corridas en las que solamente se toreara al animal, sin inflingirle ningún tipo de castigo físico. “Imposible”, escucho decir a los puristas (entre ellos mi abuelo), “eso sería acabar con la fiesta”.

Pues bien, cabe recordar que lo único que se ha aprobado en el Parlamento catalán es un debate sobre la posible abolición de los toros en Cataluña. Algo que puede acabar en prohibición definitiva, permanencia de las cosas tal y como están…o, ¿por qué no?, en una simple reforma. Así que, tal vez, estemos ante una buena oportunidad para abrir un proceso de serena reflexión que sirva para analizar los pros y los contras de la fiesta nacional, y que éste sea un foco de (buenas) ideas que no acaben en la prohibición sin más, sino en una reforma que beneficie al espectáculo y a la vez proteja a los animales (que no sólo los aficionados a los toros tienen derechos).

Quizá lo que haga falta sea, tan sólo, un poco de transigencia y otro poco de inteligencia para ser capaz de adaptarse a los nuevos (y esperemos que, en todos los aspectos de la vida, más civilizados) tiempos.

Lo que está claro es que algún tipo de cambio urge, cuando las plazas españolas están cada vez más despobladas y los nostálgicos aficionados despotrican de lo que antaño consideraban una heroicidad y, ahora, una vergüenza. “Pero si eso no es un toro bravo, es una vaca inválida…”.


P.D. A todo esto, la caverna mediática española (la de tonterías que dices Laporta, pero en algunas cosas hasta tienes razón), aprovecha la oportunidad: todo esto sólo es una excusa más para que el independentismo radical afiance la separación de Cataluña de España. Cada loco con su tema.

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